lunes, 28 de febrero de 2022

Cosmología Cuántica - Mercedes Martín Benito

Cosmología Cuántica.







En las noches despejadas, y lejos de la iluminación terrestre, tenemos el privilegio de poder presenciar una de las maravillas de la Naturaleza: el cielo estrellado. Sin embargo, estamos tan acostumbrados a verlo, que casi pudiera pasarnos desapercibido, o parecernos una mera obra de arte inanimada localizada sobre nuestros rostros. De vez en cuando conviene detenerse y pensar qué es lo que estamos viendo al observar el cielo. Nuestros ojos ven luz, la luz emitida por diferentes astros que están lejísimos de aquí. Para medir esas enormes distancias que nos separan de otras estrellas o galaxias usamos habitualmente la unidad del año-luz, y no en vano. El año-luz literalmente representa la distancia recorrida por la luz durante un año. Porque la luz viaja muy rápido, tanto que no hay ninguna fuente de información que viaje más rápido que lo que viaja la luz en los huecos vacíos del Universo, pero no lo hace infinitamente rápido. Para recorrer las distancias que nos separan de los astros que observamos en el cielo, los rayos de luz deben hacer un paciente viaje que les lleva tiempo, mucho tiempo si vienen de muy lejos.

De este modo, cuando miramos al cielo, lo que estamos viendo son fotos del pasado. Por ejemplo, la estrella Betelgeuse se nos muestra como era ella hace 642,5 años, pues fue entonces cuando emitió la luz que hoy detectamos. Otro ejemplo representativo es el de la galaxia Andrómeda, que es el objeto visible a simple vista más lejano de la Tierra. Andrómeda se encuentra a algo más de dos millones y medio de años-luz, lo que implica que al mirarla vemos una imagen de ella hace 2,5 millones de años. Y así, de igual modo que “viajamos” a nuestra niñez observando fotos de cuando éramos pequeños, cuando detectamos con nuestros telescopios la luz emitida por objetos astronómicos que se sitúan más y más lejos, lo que conseguimos es “viajar” más y más al pasado del Universo. El telescopio James Webb, lanzado recientemente, representará un buen ejemplo de esto pues, si sus mecanismos no fallan, será capaz de mirar tan atrás en el tiempo que registrará el nacimiento de las primeras galaxias.

Los fotones de luz se propagan todos a la misma velocidad, pero con diferentes frecuencias, dependiendo de su energía. Así, la luz que perciben nuestros ojos la conforman fotones que vibran en una banda de frecuencias concreta del espectro electromagnético, que llamamos el espectro visible por razones obvias. Para detectar luz o radiación electromagnética a otras frecuencias disponemos de diferentes aparatos como detectores, antenas o telescopios. Esas frecuencias van desde los rayos gamma (los más energéticos) a las ondas de radio (menos energéticas), pasando por los rayos X, los rayos ultravioleta, el espectro visible, el infrarrojo y las microondas.

La señal más antigua que reciben nuestras modernas antenas es una radiación electromagnética muy particular que nos llega en una frecuencia de la banda de las microondas. Esta radicación no nos viene de una dirección concreta del cielo, como por ejemplo la luz de Betelgeuse, sino que la recibimos en todas direcciones y por ello lo llamamos fondo cósmico de microondas, o CMB por sus siglas en inglés (Cosmic Microwave Background). El hecho de que esta radiación nos venga de todas direcciones significa que no proviene de un astro en concreto, sino que se ha emitido por igual y a la vez en todos los puntos del Universo. ¿Cómo es esto posible? Bien, resulta que el CMB está formado por fotones de luz que fueron emitidos cuando el Universo era muy joven, cuando protones y electrones se recombinaron dando lugar a átomos neutros de hidrógeno. Antes de dicha recombinación, el plasma primigenio de protones y electrones cargados eléctricamente chocaba constantemente con los fotones de luz, no permitiendo que éstos se propagaran libremente. Pero el Universo se iba expandiendo, y su temperatura iba disminuyendo, hasta que se dieron las condiciones para que los átomos neutros se formaran. Éstos son transparentes, en tanto en cuanto no chocan con los fotones. Entonces en ese momento de la recombinación, que ocurrió a la vez en todo el Universo, una gran cantidad de pululantes fotones dejaron de verse atrapados por los choques con otras partículas y pudieron emitirse libremente. Esta radiación de fondo nos llega constantemente desde aquellos rincones del Universo tan alejados de nosotros que solo ahora los fotones allí emitidos en el momento de la recombinación han conseguido alcanzarnos.

Los fotones del CMB que medimos hoy en día se estima que han viajado más de trece mil quinientos millones de años hasta llegar a La Tierra. En su largo viaje han perdido mucha energía, pero, como ya hemos indicado, afortunadamente nos llegan en frecuencias medibles por nuestros instrumentos. Los primeros científicos que los detectaron fueron el físico Arno Penzias y el radio astrónomo Robert Wilson, hace ya más de cincuenta años [1], por lo que recibieron el premio Nobel de Física en 1978. En las últimas décadas diferentes misiones experimentales como COBE, WMAP y Planck [2] han medido progresivamente el CMB con mayor y mayor precisión. Éste presenta un espectro muy homogéneo, es decir muy regular, en todas las direcciones del cielo, aunque si lo medimos con suficiente precisión distinguimos pequeñas diferencias o anisotropías. Esas pequeñas diferencias en las frecuencias de los fotones que forman el CMB son una fuente muy valiosa de información pues registran las irregularidades del Universo en aquellos momentos tan tempranos de la recombinación. El CMB es entonces como una huella dactilar que codifica cómo eran los pliegues del Universo temprano. Nos proporciona una fotografía muy antigua del Universo, la mejor que tenemos actualmente de sus etapas primitivas.


Fig.1 Proyección de las anisotropías del fondo cósmico de microondas medidas por la misión Planck. 


La medición precisa del CMB resulta muy importante a la hora de desarrollar un buen modelo cosmológico, pues permite comparar las predicciones teóricas derivadas del modelo con datos observacionales que codifican la física del Universo temprano. Actualmente el modelo teórico más aceptado para explicar la evolución del Universo, desde sus etapas más primitivas hasta nuestros días, es el llamado modelo cosmológico estándar o modelo L-CDM. Este nombre responde al hecho de que la concordancia de las predicciones teóricas del modelo con las observaciones nos lleva a concluir que en la actualidad el contenido energético y material del Universo estaría principalmente formado por una componente de energía oscura (o constante cosmológica) denotada con la letra griega L (lambda), y de una componente de materia oscura llamada CDM por sus siglas en inglés (cold dark matter). La primera daría cuenta de en torno a un 70% del contenido energético del Universo, y es responsable de que éste se expanda aceleradamente, mientras que la materia oscura representaría en torno al 25% y sería un tipo de materia que prácticamente no interacciona electromagnéticamente pero sí gravitacionalmente. De este modo, según este modelo, la materia ordinaria que forma planetas, estrellas y el resto de astros conocidos, solo representa en torno al 4% del contenido total del Universo.

Además, según el modelo cosmológico estándar, el Universo primitivo era bastante homogéneo, pero las anisotropías del CMB indican que en el momento de la recombinación existían pequeñas diferencias o fluctuaciones en las densidades de materia y radiación entre los diferentes puntos del Universo. En las zonas que presentaban densidades algo mayores la atracción gravitatoria dio lugar a la formación de estructuras, resultando tras muchísimos años en las galaxias y cúmulos de galaxias que observamos hoy en día. El modelo además hipotetiza que estas fluctuaciones de densidad macroscópicas surgieron de fluctuaciones microscópicas o cuánticas que se amplificaron durante un periodo de inflación cósmica en el que el Universo se expandió casi exponencialmente [3].


Fig.2 Evolución del Universo según el modelo L-CDM.


La manera en que describimos la interacción gravitacional al formular el modelo cosmológico estándar es empleando para ello la teoría más aceptada del campo gravitatorio, es decir la Relatividad General de Einstein. La Relatividad General es una teoría geométrica del campo gravitatorio, que no solo es bellísima desde el punto de vista matemático, sino que además explica de un modo rotundamente exitoso todos los fenómenos gravitatorios que observamos a nuestro alrededor. En efecto, la Relatividad General ha salido airosa en todos los test gravitatorios que se han hecho hasta la fecha [4], siendo el culmen de estos test la detección de ondas gravitatorias por los observatorios LIGO y Virgo [5]. No obstante, pese a que desde el punto de vista experimental no le hayamos encontrado ninguna pega a esta teoría, a nivel teórico es una teoría con sus limitaciones, pues presenta regímenes singulares en los que ciertas cantidades crecen hasta valores infinitos. El modelo cosmológico estándar presenta una de tales singularidades inherentes a la Relatividad General. Si lo aplicamos para intentar entender la dinámica cosmológica antes de la inflación cósmica, nos acabamos chocando con una singularidad inicial a veces llamada Big Bang. Nos encontramos ahí con el problema de que el Universo se concentraría en un punto en el que varios observables físicos se hacen infinitos, tales como la densidad de energía de los campos materiales, o la curvatura del espaciotiempo.

El punto de vista usual a este respecto es que estaríamos estirando demasiado la Relatividad General, extrapolándola a regímenes en los que no tenemos derecho a usarla. Esta teoría es bellísima a la par que humilde, y nos indica en qué regímenes no debemos aplicarla porque ahí falla, precisamente en singularidades como la del Big Bang. Otro régimen en el que nos encontramos una de tales singularidades es en el interior de los llamados agujeros negros. Empeñarnos en aplicar la Relatividad General para describir esos regímenes nos lleva a conclusiones que físicamente no tienen significado, como que el espaciotiempo “se rompe”. Si nos imaginamos el espaciotiempo como una malla elástica, en la región singular estaría tan estirada que la malla se desgarraría. No tenemos problema ninguno en visualizar una malla desgarrada porque la imaginamos rodeada de espacio, pero cuando estamos hablando del propio espacio (o espaciotiempo) el hecho de que se rompa carece de sentido físico.

Por tanto, para poder describir y entender a nivel fundamental el interior de agujeros negros o la física del Universo primitivo antes de inflación, debemos mejorar nuestro marco teórico. La idea es formular una nueva teoría, que esté bien definida a escalas de curvatura altísima donde la Relatividad General se hace singular, pero que coincida con ésta en los regímenes que la Relatividad General explica correctamente. Uno de los planteamientos adoptados a la hora de desarrollar tal teoría es que el campo gravitatorio a nivel fundamental es de naturaleza cuántica. Ya ocurre que para el resto de las interacciones que afectan a los campos materiales, la interacción fuerte, la débil y la electromagnética, aplicamos un marco teórico llamado teoría cuántica de campos. Es precisamente a escalas de energía muy altas, como las alcanzadas en los detectores de partículas como los que alberga el CERN [6], cuando la materia nos muestra su naturaleza cuántica. O por ejemplo a las escalas a las que se produjo la hipotética inflación cósmica, de ahí que el modelo cosmológico estándar describa el contenido primigenio del Universo en términos de fluctuaciones cuánticas. Para explicar la física a esas escalas altas de energía no podemos aplicar la física clásica sino la teoría cuántica, desarrollada a lo largo del siglo XX.

Sin entrar en detalle en explicar la física cuántica, sí conviene esbozar un poco sus principales diferencias con la física clásica. En el marco de una teoría clásica, tener un conocimiento absoluto de un sistema físico en un instante dado permite predecir con exactitud su estado en cualquier otro momento de tiempo. Sin embargo, si el sistema es de naturaleza cuántica esto no es posible. Los sistemas cuánticos pueden estar en estados que se llaman entrelazados, que presentan correlaciones muy extrañas a nuestro entendimiento clásico. La teoría cuántica que describe su comportamiento solo nos permite hacer predicciones probabilísticas sobre la evolución temporal del estado del sistema. Si pensamos en una partícula cuántica, para ella no existe la noción de trayectoria bien definida, y se verifica el llamado principio de incertidumbre de Heisenberg [7]. Este principio establece un límite fundamental a la precisión con la que podemos medir ciertas propiedades físicas. Por ejemplo, si mejoramos la precisión con la que medimos la posición de nuestra partícula cuántica, perderemos entonces conocimiento sobre su velocidad, y viceversa.

La Relatividad General, la teoría por excelencia de la interacción gravitatoria, es una teoría clásica en el sentido descrito anteriormente. Parece natural pensar que, como ocurre por ejemplo con la teoría electromagnética de Maxwell, esta teoría clásica sea una aproximación de una teoría más fundamental cuántica. La teoría clásica funciona bien a escalas de energía relativamente bajas, para las que esas correlaciones debidas al entrelazamiento cuántico se hacen insignificantes. No obstante, al explorar energías más y más altas, dichas correlaciones cuánticas comenzarían a cobrar importancia y ya no se podrían ignorar. Si esto es así también para la interacción gravitatoria, entonces necesitamos una teoría fundamental de gravedad cuántica, subyacente a la clásica, para describir los fenómenos gravitatorios a escalas en las que el campo gravitatorio se hace arbitrariamente intenso. Un calculito muy sencillo nos da evidencia de a qué energías los efectos de gravedad cuántica serían relevantes: simplemente podemos combinar las constantes fundamentales de la naturaleza de modo que con ellas obtengamos una cantidad con dimensiones de energía. El resultado es la llamada energía de Planck, y resulta ser dos mil millones de julios. Esto es una energía ingente, trece órdenes de magnitud mayor que las mayores energías de los experimentos de partículas del CERN.

Existen diferentes propuestas para teorías de gravedad cuántica, ninguna exenta de problemas a nivel teórico, pero algunas lo suficientemente maduras como para poder analizar consecuencias físicas de las mismas. Como acabamos de argumentar, los regímenes en los que la naturaleza cuántica del campo gravitatorio cobraría importancia están muy lejos de los explorados en nuestros laboratorios, así que es complicado tener datos experimentales que poder comparar con las posibles predicciones de modelos de gravedad cuántica. Para formular estos modelos la guía principal que empleamos es la intuición física y el rigor matemático. A falta de experimentos con los que contrastar las posibles predicciones teóricas, lo menos que podemos pedirles a nuestras teorías o modelos es que estén bien planteados matemáticamente. Sin embargo, por muy bonito que sea un modelo matemático, debemos poder ser capaces de extraer consecuencias físicas de él que puedan contrastarse observacional o experimentalmente, pues sino no tendremos evidencia de que tal modelo describe el comportamiento de la naturaleza. Cuando lo que intentamos describir es la naturaleza cuántica del campo gravitatorio la tarea se nos complica mucho, no solo porque es una cuestión difícil a nivel matemático, sino también por la falta de datos experimentales. Para verificar nuestras teorías debemos ingeniárnoslas para obtener datos observacionales que puedan estar afectados por efectos de gravedad cuántica y que no podamos explicar con la teoría clásica de la Relatividad General.  Las ventanas observacionales más prometedoras para medir tales efectos son precisamente esos regímenes en los que la Relatividad General presenta singularidades, es decir el interior de agujeros negros y la física del Universo primitivo.

La disciplina que se centra en la física del Universo primitivo, describiéndola en el marco de una teoría cuántica de la gravedad, es la cosmología cuántica, y de ahí el título de este capítulo. Los modelos de cosmología cuántica típicamente modifican la formulación clásica incorporando de algún modo las reglas matemáticas de la mecánica cuántica con el fin de poder describir una dinámica cosmológica pre-inflacionaria bien definida matemáticamente, es decir libre de la singularidad inicial del Big Bang. Entonces la evolución del Universo de acuerdo a estas reglas cuánticas resulta en que el estado de las fluctuaciones primordiales al inicio de la inflación cósmica es diferente al asumido en el modelo cosmológico estándar, y esas diferencias dan lugar a predicciones sobre los datos del CMB ligeramente distintas a las del modelo cosmológico estándar. De nuevo surge la importancia de medir con precisión el CMB, pues sirve como posible ventana para observar efectos de gravedad cuántica.

Como ejemplo de propuesta actual de cosmología cuántica comentemos sobre la cosmología cuántica de lazos [8]. Esta propuesta sigue las reglas de un marco teórico de gravedad cuántica llamado gravedad cuántica de lazos [9]. Una de las características de esta teoría es que a nivel fundamental cantidades geométricas como áreas o volúmenes espaciales aparecen discretizados o cuantizados. Como resultado de esta cuantización, en cosmología cuántica de lazos, la singularidad clásica del Big Bang desaparece y se ve reemplazada por un rebote que une una rama en contracción del Universo con una rama en expansión. Es decir, según este marco teórico, a escalas muy altas de energía la gravedad se hace repulsiva y el Universo rebota. Un análisis riguroso muestra que en dicha teoría la densidad de energía, o equivalentemente la curvatura espaciotemporal, está acotada alcanzando un máximo que no puede superarse, y de ahí que el colapso gravitatorio del Universo se revierta en dicho rebote. Ese valor máximo viene determinado por parámetros de gravedad cuántica de lazos, y es del orden de la escala de Planck, como sería de esperar pues es a esas escalas en las que esperamos que los efectos de gravedad cuántica sean importantes. Instantes después del rebote, cuando las densidades de energía dejan de ser planckianas, recuperamos la dinámica clásica de la Relatividad General.


Fig.3 Evolución del Universo en cosmología cuántica de lazos. Antes de inflación se da una etapa preinflacionaria precedida de un rebote (bounce) debido a los efectos cuánticos de la geometría.


La cosmología cuántica de lazos es una de las propuestas de cosmología cuántica lo suficientemente madura como para extraer modificaciones a los espectros de las fluctuaciones primordiales y del CMB, de modo que se puedan comparar predicciones teóricas del modelo con datos observacionales. Varios grupos de investigación están centrando su trabajo en este asunto, aunque no tenemos aún resultados claramente concluyentes que permitan evidenciar la validez de este marco teórico. Primero porque el modelo considerado en cosmología cuántica de lazos está sujeto a ambigüedades y aún se investiga en identificar criterios físicos y matemáticos que las fijen. Otras propuestas presentan una problemática similar. Por otra parte, hay un problema que afecta a las observaciones pues la región de los datos del CMB en la que los efectos de gravedad cuántica serían esperables están sujetos a una incertidumbre estadística llamada varianza cósmica, inherente a querer medir correlaciones entre zonas del Universo separadas por distancias muy largas. Esta incertidumbre viene de que solo podemos observar el CMB desde una región, es decir la Tierra y sus inmediaciones, y por tanto no tenemos muestra estadística desde otras zonas del Universo.

Otra posible fuente de información valiosísima sobre las etapas tempranas del Universo, que nos permitiría arrojar más conclusiones sobre nuestros modelos de cosmología cuántica, sería el hipotético fondo de ondas gravitacionales primordiales. En efecto, hay modelos de inflación cósmica que, además de describir las perturbaciones primordiales de materia que dieron lugar a las anisotropías del CMB, también predicen la existencia de unas perturbaciones primordiales de tipo ondas gravitacionales. Dicho fondo, de existir, aún no se ha medido porque sería muy débil. Hay diferentes experimentos, como BICEP y el Keck Array [10], cuyo objetivo es detectarlo indirectamente a través de su efecto polarizador sobre el CMB. La polarización describe la orientación de la luz perpendicular a su dirección de propagación y aunque hay diferentes fuentes que polarizan el CMB, las hipotéticas ondas gravitacionales dejarían una señal muy distintiva que es la que se está intentando detectar. Más aún, ya se plantean experimentos de detección directa de dichas ondas gravitacionales, como la futura misión LISA, que será un espectrómetro de ondas gravitacionales formado por tres satélites [11], y que podría detectar las frecuencias del supuesto fondo cósmico de ondas gravitacionales [12].


Fig.4 Visión artística de la misión espacial LISA.


En definitiva, en pleno siglo XXI la Física Teórica aún se encuentra con grandes preguntas por resolver, tales como cuál es la correcta física que explica el comportamiento del espaciotiempo a nivel microscópico. Una teoría microscópica del campo gravitatorio nos ayudaría a entender mejor qué ocurre en los regímenes en los que la Relatividad General presenta singularidades, tales como el interior de agujeros negros o la física del Universo primitivo. Formular dicha teoría es una labor teóricamente ardua, y la validación de nuestros modelos se complica por la falta de experimentos que registren los supuestos efectos de gravedad cuántica. Pero pese a estas limitaciones, nuestra tecnología está tan avanzada que no es impensable imaginar que en unos años podamos hacer afirmaciones robustas en el campo de la cosmología cuántica. Seguiremos trabajando en esta apasionante rama de la ciencia con el fin de ampliar nuestros conocimientos sobre el Universo.

 

 

Referencias:

[1] A.A. Penzias; R. W. Wilson, 1965, A Measurement Of Excess Antenna Temperature At 4080 Mc/s, Astrophysical Journal Letters. 142: 419–421.

[2]https://www.esa.int/Science_Exploration/Space_Science/Planck/Planck_and_the_cosmic_microwave_background

[3] S. Tsujikawa, 2003, Introductory review of cosmic inflation ,arXiv:0304257 [hep-ph].

[4] C. M. Will, 2014, The Confrontation between General Relativity and Experiment, Living Reviews in Relativity, Living Reviews in Relativity volume 17, 4 (2014)  [arXiv:1403.7377[gr-qc]].

[5] B. P. Abbott et al. (LIGO Scientific Collaboration and Virgo Collaboration), 2019, Tests of General Relativity with GW170817, Phys. Rev. Lett. 123, 011102.

[6] https://home.cern

[7] D. Sen, 2014, The Uncertainty relations in quantum mechanics,  Current Science. 107 (2): 203–218.

[8] I. Agulló, P. Singh, 2016, Loop Quantum Cosmology: A brief review, arXiv:1612.01236.

[9] C. Rovelli, F. Vidotto, 2015, Covariant Loop Quantum Gravity: An Elementary Introduction to Quantum Gravity and Spinfoam Theory, Cambridge University Press.

[10] BICEP2/Keck and Planck Collaborations, 2015, Joint Analysis of BICEP2/Keck Array and Planck Data, Phys. Rev. Lett. 114, 10, 101301 [arXiv:1502.00612].

[11] https://www.elisascience.org

[12] Nicola Bartolo et al, 2016, Science with the space-based interferometer LISA. IV: probing inflation with gravitational waves, JCAP12(2016)026.

 

 

Mercedes Martín Benito.

Doctora en Ciencias Físicas.

Profesora del Departamento de Física Teórica de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y miembro del Instituto IPARCOS.


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